Historia General del Pueblo Dominicano Tomo III

Historia general del pueblo dominicano 181 Cevicos, quedó verdaderamente impresionado con los lugares que divisaba, PDV FRQFOXtD VXV UHÁH[LRQHV ©(V GLItFLO YHU RWUD UHJLyQ PiV EHOOD XQ WHUUHQR mejor y, al mismo tiempo, una zona más descuidada que la que se atravie- sa desde Santiago hasta aquí». Extensas sabanas, densos bosques y montes agrestes constituían, en esencia, los paisajes observados por Lescallier a lo lar- go de esa ruta. Y cuando se topaba con «algunas explotaciones rurales», como unas que había en la Sabana de Cevicos, eran «tan pobres como uno puede imaginárselo». En las estribaciones de la capital, Lescallier alude al villorrio de San Carlos, habitado por inmigrantes de las Islas Canarias, «de los que se KDFH XQD WUDQVPLJUDFLyQ FRQWLQXD D HVWD FRORQLD FRQ HO ÀQ GH SREODUOD \ GH DX - mentar el cultivo de la isla». Pero, aunque estaban «asentados en los mejores terrenos», los «isleños» —como se llamaba a los canarios— solo habían hecho ©SURJUHVRV LQVLJQLÀFDQWHV HQ VX DJULFXOWXUDª UHVWULQJLGD HQ OR IXQGDPHQWDO al «cultivo del plátano y el guineo y [a] un poco de yuca para su subsistencia». Una de las principales propiedades agrícolas cercanas a Santo Domingo era OD ÀQFD 6DQ )HOLSH TXH FRQVWDED GH XQDV FXDWUR OHJXDV FXDGUDGDV HQ ODV TXH había instalado un ingenio azucarero. Con todo, ese «vasto terreno» permane- cía inculto, «con excepción de algunos cuadros sembrados de caña de azúcar, aunque es susceptible de gran cultivo por su asombrosa fertilidad». En esa propiedad solo se fabricaba azúcar morena, «y esto en poca cantidad». Al aproximarse a la capital, el panorama, lejos de mejorar, tendía a hacerse más GHVRODGRU $ ODV RULOODV GHO UtR 2]DPD D OD DOWXUD GH VX FRQÁXHQFLD FRQ HO UtR Isabela, vio «una sola explotación rural». (Q OD FDSLWDO /HVFDOOLHU HQFRQWUy HQ OR TXH D OD YLGD XUEDQD VH UHÀHUH XQ panorama un tanto distinto al que había observado en los demás poblados que conoció durante su periplo por el territorio dominicano. En Santo Domingo HQFRQWUy FDOOHV ©DQFKDV \ ELHQ DOLQHDGDVª DVt FRPR LJOHVLDV \ IRUWLÀFDFLRQHV y señaló que la mayoría de las casas dentro del recinto amurallado eran de mampostería. Con todo, había claros indicios del abandono en que se encon- traba la isla. Por ejemplo, el Palacio del Gobernador ni siquiera valía la pena mencionarlo. Y las murallas que rodeaban la ciudad eran poco menos que simbólicas: tenían «parajes abiertos» de escasa altura «por donde los contra- bandistas introducen de noche las mercaderías que traen de las colonias france- sas». Por demás, los terrenos adyacentes a la ciudad de Santo Domingo estaban totalmente desaprovechados, pese a su excelencia. En ellos el índigo crecía de manera silvestre «hasta el pie mismo de las murallas que rodean la ciudad», DXQTXH QR HUD EHQHÀFLDGR GH QLQJXQD PDQHUD 3HUR HUD OD SREODFLyQ GH 6DQWR Domingo lo que mejor denotaba, a los ojos de Lescallier, esa ruina y dejadez que distinguían a toda la colonia española. Ella estaba compuesta mayormente

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