Historia General del Pueblo Dominicano Tomo III

176 /D HFRQRPtD \ OD YLGD FDPSHVLQD ÀQHV GHO VLJOR XVIII -c1870) azucarera en el siglo XVII provocaron una reversión parcial de las alteraciones ecológicas inducidas por la agricultura comercial. 13 Más permanentes fueron las repercusiones de la propagación de la fauna proveniente de Europa. Desde muy temprano en la colonización, los españo- les introdujeron en la isla los animales de crianza existentes en la península ibérica. Bovinos, caballos, asnos, cabras, ovejas y cerdos fueron importados como parte de los intentos de reproducir en América la vida y los paisajes rurales de la Península. A estos se sumaron las aves de corral —incluso las «gallinas de Guinea», provenientes de África, como indica su nombre— y los FDQHV TXH HQ OD FRQTXLVWD MXJDURQ XQ SDSHO VLJQLÀFDWLYR FRPR DUPD FRQWUD los indígenas. Con pocas excepciones —por ejemplo, las ovejas se reprodujeron mal en la Española—, los animales provenientes del ViejoMundo se aclimataron prontamente a las condiciones locales, por lo que en cuestión de décadas su nú- mero alcanzó cifras sorprendentes. La abundancia de pastos, bosques, sabanas y aguas, amén de la ausencia de bestias de presa de gran tamaño que los depre- daran, contribuyó a la portentosa reproducción de los animales introducidos por los españoles. Estas mismas condiciones —junto a la decadencia económica de la isla y, en consecuencia, a la virtual desaparición de la crianza en corral— propiciaron que muchos animales huyeran y se volvieran montaraces. Así, en los siglos XVII y XVIII , por los campos dominicanos erraban decenas de miles de animales de variados tipos. Entonces eran comunes el ganado y los caballos cimarrones, las piaras de cerdos montunos, e, incluso, las jaurías compuestas de perros salvajes, que llegaron a convertirse en una verdadera amenaza para animales y humanos. 14 'H HVRV SHUURV VDOYDMHV R ©MtEDURVª VH OOHJy D DÀUPDU que eran «a manera de lobos» como los existentes en España. 15 La copiosa multiplicación de esos diversos animales montaraces cons- tituye una evidencia irrefutable de lo que testimoniaron quienes conocieron la isla durante los siglos XVI - XVIII . En efecto, varias personas dieron fe, en primer lugar, de la abundancia de tierras en Santo Domingo y, en segundo OXJDU GH VX IHUDFLGDG \ JHQHURVLGDG +DFLD ÀQHV GH OD GpFDGD GH HO licenciado Juan de Echagoian, quien había sido oidor de la Real Audiencia de Santo Domingo entre 1557 y 1564, destacaba el gran «número de frutas de la tierra», es decir, originales de Santo Domingo. Con todo, en su «Relación de la isla Española», Echagoian alude al proceso de hibridación que, como UHVXOWDGR GH OD FRORQL]DFLyQ HVSDxROD VXIUtD OD ÁRUD GHO SDtV $PpQ GH PHQ - cionar «frutas de la tierra» como la piña, el mamey y la guayaba, el oidor resaltó la existencia de vegetales y plantas provenientes de España —entre ellas la col, la berenjena, los pepinos, las naranjas y los limones—, así como la propagación de ciertas especies originales de África, entre las que descollaba

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